Entonces él le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz."
Lucas 8:48 (NVI)
Una de mis historias favoritas sobre sanidad es la de la mujer con flujo de sangre. El poder de Dios sanó a la mujer física, emocional y espiritualmente. Cuando tocó el manto de Jesús, su cuerpo fue inmediatamente sanado, pero eso no fue suficiente para Jesús. Cristo se detuvo en medio de cientos de personas y preguntó: "¿Quién me tocó?".
Cuando la pobre mujer admitió que ella era quien lo había tocado, Él hizo algo que, en mi opinión, fue mejor que curar su cuerpo. Él curó su alma. La llamó hija. A causa de su enfermedad física, esta mujer era considerada inmunda. La ley judía establecía que cualquier persona que ella tocara también sería considerada impura. Para ella era ilegal tocar a la gente, de ahí su vacilación en admitir que había tocado a Jesús.
Después de doce años de rechazo, estoy segura de que esta pobre mujer se sentía inútil. Si Jesús hubiera seguido adelante, su cuerpo habría sanado, pero ella necesitaba más que sanidad física. Al llamarla hija, Jesús la restituyó en la sociedad; Él le devolvió su autoestima. Hijo de Dios, el pecado y la sociedad pueden despojarnos de nuestro valor propio, pero el amor sana. Algunos de nosotros podemos parecer sanos pero vivir con heridas emocionales que duelen más que las físicas.
Deja que el amor de Jesús sane esas heridas hoy. Deja que Él te llame hijo o hija. No importa lo que hayas hecho o lo lejos que te sientas de Él, su amor puede alcanzarte. A veces podemos estar rodeados de gente, sangrando internamente, actuando como si todo estuviera bien. Incluso si nadie más nota tu dolor, Cristo lo nota. Clama a Él hoy. Te prometo que si lo invocas, así como Él escuchó el clamor de esa mujer, Él escuchará el tuyo. Deja que su amor te sane.

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