Si mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, se humilla y ora, y busca mi rostro, y se vuelve de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, PERDONARE SUS PECADOS y sanaré su tierra.
2 Crónicas 7:14 (NVI)
Solo he visto la película “La Pasión de Cristo” una vez. No puedo volver a verla. Es demasiado gráfica para mí. El hecho de que el actor de la película esté interpretando a mi amado Salvador hace que sea muy difícil de ver. Ver el sufrimiento de los extraños es bastante duro, pero ver el sufrimiento de un ser querido es insoportable.
Creo que es por eso que en Éxodo 12, leemos cómo Dios le pidió al pueblo de Israel que mantuvieran el corderito (o cabrita) del sacrificio en sus casas durante cuatro días. Cuatro días son suficientes para que los miembros de la familia se encariñen con ese pequeño animal, sobre todo porque se suponía que era joven y perfecto. Después de los cuatro días, la familia tendría que sacrificar ese hermoso corderito en expiación por sus pecados. Estoy segura de que no era nada fácil.
Al hacer eso, Dios les dio un ejemplo de lo que Él pasaría al ver a Jesús morir en la cruz. La única diferencia era que la sangre del corderito solo cubriría los pecados de Israel, pero la sangre de Cristo borra nuestros pecados. Israel tenía el recordatorio constante de que se tenía que derramar sangre inocente en su nombre, pero creo que a veces olvidamos el alto precio que Jesús pagó por nuestro perdón.
La relación que tú y yo tenemos con Cristo vale la sangre de Jesús. El que soportó la tentación, pero no pecó tomó nuestro lugar. Aquel en cuyo honor se hizo todo en la creación no quiso vivir sin nosotros y eligió morir por nosotros. Él fue y será siempre el Cordero de Dios que fue sacrificado por nuestro rescate.
Mis amigos, esta semana me gustaría que hiciéramos dos cosas. Primero, debemos recordar lo queridos que somos. Somos amados incondicionalmente todos los días de nuestras vidas. Dios dio lo más preciado que tenía para salvarnos. Recordemos eso la próxima vez que alguien nos rechace.
Segundo, necesitamos recordar el precio de nuestro perdón. La próxima vez que el diablo intente meterse con ustedes por sus pecados pasados, recuérdenle el precio invaluable que Dios pagó por el perdón de esos pecados y vivan cada día como lo que son, Santos de Dios comprados con sangre preciosa.
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