El Señor está en su santo templo; ¡guarde toda la tierra silencio en su presencia!»
Habacuc 2:20 (NIV)
Unos meses antes de que Covid comenzara, un amigo mío y yo visitamos una iglesia. Íbamos a escuchar a uno de mis predicadores favoritos. Mientras esperaba que comenzara el servicio, no pude evitar notar cómo algunas personas entraban al santuario con bocadillos y refrescos como si fueran a ver un espectáculo o una actuación. Llámame anticuada, pero eso me molestó mucho.
Ver cómo se comportaban las personas durante la alabanza y la adoración no hizo que me sintiera mejor. La gente actuaba como si el tiempo de alabanza y adoración fuera el acto de apertura de una estrella más grande. Sé que no debería haber estado prestando atención a lo que hacían las personas a mi alrededor, pero era difícil no hacerlo. Aunque disfruté la predicación ese día, no creo que vuelva a visitar esa iglesia.
¿Será que tratando de hacer nuestras iglesias lo más acogedoras y cómodas posibles para las personas, hemos cruzado la línea y nos hemos olvidado que Dios ciertamente habita entre Su pueblo? A decir verdad, estoy asombrada por el amor de Dios, porque solo Su amor explica por qué la tierra no se ha abierto para tragarse a algunos de nosotros que tratamos a Dios como nuestro igual o peor.
Cuando Moisés pidió ver a Dios, solo se le permitió ver Su espalda. Cuando Isaías vio al Señor en Su santo templo, su respuesta fue quebrantamiento porque era un hombre de labios inmundos. Cuando Pablo vio a Jesús, fue cegado. Ver cómo algunas personas del pueblo de Dios actúan en la iglesia me deja asombrada.
El profeta Habacuc nos dice que toda la tierra necesita estar en silencio ante nuestro Dios. Amigo mío, el hecho de que Él viva en nosotros y entre nosotros no significa que debamos olvidar quién es Él. Vivir bajo la gracia es una bendición asombrosa. Podemos experimentar la presencia de Dios como ningún santo del Antiguo Testamento lo hizo, pero eso no significa que Dios haya cambiado.
Él es el glorioso creador que hizo algo maravilloso de la nada con solo hablar. Él es quien convirtió el agua en sangre y mató a todos los primogénitos egipcios. Él es el Dios celoso cuya presencia hace temblar las montañas. Él es el que resucitó a Jesús de entre los muertos. Él es nuestro Señor Supremo y el Juez Justo que un día nos juzgará a todos. Démosle siempre la reverencia, el honor y el respeto que merece. Quedémonos quietos ante el Señor y recordemos que Él es Dios.
Estad quietos y sabed que el Señor está en su santo templo.
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