Busqué al Señor, y él me respondió; él me libró de todos mis temores.
Salmos 34:4 (NVI)
Acabo de terminar de leer un libro titulado ¿Qué Sí?". En él, el autor comparte que uno de sus pocos lamentos es no haber corrido mayores riesgos. Eso, viniendo de un hombre que ha logrado tanto, parece extraño. Me hizo preguntarme por qué la gente no corre riesgos más importantes en la vida. No tuve que pensar mucho. La respuesta es simple: el temor.
La falta de oportunidades, educación o recursos no suele ser la razón por la que no hacemos más. Lo que nos impide correr riesgos en la vida es el temor. Casi dejo de conducir por temor. En mis primeros meses en Sacramento, tuve tres accidentes de tránsito graves. No fui el conductor en ninguno de ellos, pero fui la más afectada por los golpes en todos. Después del tercer accidente ya no quería a conducir.
Dios por gracia me liberó de ese temor y me enseñó que el temor nunca es un buen consejero. Si lo escuchamos, nunca haremos mucho. El temor nos paraliza mintiendo. Su motivación es el odio y su propósito es nuestra destrucción. Alabado sea Dios porque no tenemos que estar atados por al temor. 1 Juan 4:18 nos dice que el amor perfecto de Dios expulsa el temor de nuestras vidas.
Por favor, Hijo de Dios, nunca bases tus decisiones en temor. Nunca lo escuches. El temor siempre te robará las bendiciones de Dios. El amor de Dios debe ser lo que guíe nuestras vidas. La próxima vez que necesites correr un riesgo para seguir adelante en la vida, no escuches la voz del temor. Deja que el amor de Dios inunde cada área de tu ser. Siempre habrá riesgos, pero si Dios está con nosotros, ¿quién nos puede hacer frente? ¡Da el siguiente paso, di sí a la oportunidad y sigue adelante!
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