El hombre iracundo levanta contiendas, y el furioso muchas veces peca.
Proverbios 29:22 (RV1960)
Si estabas vivo en los 90, seguro que recuerdas la pelea entre Mike Tyson y Evander Holyfield. Tyson le arrancó parte de la oreja a Holyfield, por lo que la asociación de boxeo lo descalificó. Revocaron su licencia y retuvieron su pago. Tyson perdió los estribos, tiró el sentido común por la ventana y olvidó las reglas del boxeo. Luchó sucio.
En una relación, las discusiones, los malentendidos y las confrontaciones son típicos. La gente tiene desacuerdos y peleas todo el tiempo. Los cristianos no somos la excepción, pero como hijos de Dios, lo que no debemos hacer es permitir que nuestro mal genio nos gobierne hasta el punto de pecar lastimando a la persona que está al otro lado de nuestra discusión.
Estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo cuando digo que nuestras posibilidades de ser traumatizados por un extraño durante una discusión son bajas, pero esas posibilidades aumentan cuando la persona con la que estamos discutiendo es alguien a quien amamos. El dolor emocional más significativo proviene de personas que nos conocen bien porque saben qué botones presionar para lastimarnos.
Cuando permitimos que nuestro temperamento nos gobierne, tendemos a decir cosas que nunca diríamos con una mente sobria. A veces, para salirnos con la nuestra, ganar una discusión o causar dolor a la persona que nos lastimó, decimos cosas de las que luego nos arrepentimos. Yo llamo a eso pelear sucio, y aunque muchas veces logramos nuestro objetivo cuando peleamos sucio, también terminamos pagando las consecuencias de nuestra falta de control.
Pecamos cuando lastimamos a alguien a propósito, y todo pecado tiene consecuencias. El único que gana cuando peleamos sucio es nuestro adversario, el diablo. Por favor, Hijo de Dios, cuida tu boca cuando estés enojado. Recuerda que el objeto de cualquier discusión debe ser encontrar una solución a un conflicto, no causar dolor a los demás.
La próxima vez que satanás te tiente a pelear sucio, recuerda que la gente enojada causa conflicto y el iracundo peca. Si peleas, pelea limpio. El conflicto es inevitable y, a veces, las discusiones son necesarias, pero recuerda la regla de oro: "Haz con los demás lo que te gustaría que hicieran contigo".
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