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¿Qué es Más Contagioso que la Gripe?

¿Sabes qué es más contagioso que la gripe ? Puede que no estés de acuerdo, pero para mi quejarse es más contagioso que la gripe. En la universidad, trabajé como asistente estudiantil en una de las muchas oficinas estatales. La gente allí era encantadora, pero se quejaban todo el día de todo.


Se quejaban de su cafetería, a la que cariñosamente llamaron “Vomitadero”. Se quejaban de sus horarios y responsabilidades, y no querías estar cerca de ellos si tenían que quedarse un minuto más que su jornada normal de 8 horas.


Yo ganaba mucho menos dinero que ellos y hacía el mismo trabajo. Al principio estaba muy contenta con el trabajo, pero ya cuando me fui a la Escuela Bíblica, me quejaba tanto como ellos, porque quejarse es contagioso.


Dios les dijo a los israelitas que les daría una tierra de la que manaba leche y miel. Moisés envió doce espías para inspeccionar la Tierra cuando llegaron a sus fronteras. Conoces la historia. Dos regresaron con un excelente informe, y los otros diez regresaron con uno terrible. Su mal informe se propagó entre la gente más rápido que los gérmenes de la gripe en la guardería durante la temporada de gripe.


Todos los israelitas murmuraron contra Moisés y Aarón, y toda la asamblea les dijo: “¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto! ¡O en este desierto! Y se dijeron unos a otros: "Debemos elegir un líder y volver a Egipto".

Números 14:2, 4 (NVI)


Mis amigos, vivimos en un mundo que promueve la infelicidad. No importa cuán bendecidos seamos, siempre queremos más (o menos si hablamos de cosas como la grasa). Nos uniremos a nuestro “Club de Murmuración” más cercano a menos que protejamos nuestros corazones de la murmuración y las quejas. Entonces, la pregunta es, ¿cómo protegemos nuestro corazón de las murmuraciones y quejas?


Lo hacemos manteniendo nuestros ojos en Cristo y nuestros corazones en Sus palabras. La insatisfacción nos llega cuando en vez de mirar a Cristo, ponemos los ojos en el mundo. Nuestra fe en Cristo nos sostiene en nuestras pruebas mientras caminamos a través del fuego. Por más altas que sean las aguas de la tribulación, con los ojos puestos en Cristo, no nos ahogamos. Nuestros ojos en Cristo mantienen nuestra boca llenas de alabanza en lugar de quejas.


Si miramos a Cristo en abundancia, nuestro corazón se alegra y agradece. Si no lo hacemos, nuestros corazones comienzan a adorar esa abundancia. Si perdemos nuestra abundancia, inmediatamente empezamos a quejarnos. Amigos míos, es posible vivir en gratitud sin murmuraciones, pero requiere nuestra disciplina, la gracia de Dios y un poco de distancia entre “Club de las Murmuraciones” y nosotros. Hagamos todo lo posible para no contagiarnos.



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